La vida que se consume

MARTES

Fragilidad y fugas

Para enfrentar la muerte de Álvaro Mutis (Colombia, 1923-Ciudad de México, 2013) y resumir sus efectos en la literatura de América Latina y en la lengua española, hay que copiarle al autor de Los elementos del desastre lo que dijo cuando se enteró de que se había quedado sin Carlos Fuentes, uno de sus grandes amigos de la vida: «Es una catástrofe muy grande».

Esta también lo es, porque Mutis era el poeta de los desgastes y las fugas, era el cronista de la fragilidad y del declive humano y ha remitido de pronto a todo el mundo a seguir la canción y los himnos al deterioro que comenzó a vivir y a escribir en la finca familiar de Coello, en Tolima, siguió en Bruselas, en Bogotá, en la cárcel mexicana de Lecumberri, en los bares del Distrito Federal, en las redacciones de los diarios y en los escenarios de televisión donde hacía anuncios y promovía películas, siempre apurado por contar en sus poemas y en sus novelas el derrumbe gradual de su materia.

Se acabó por fin ese proceso de pequeñas muertes diarias que aprovechó para hacer una obra literaria para la que tuvo que inventar a Maqroll, El Gaviero, un personaje que apareció en su poesía en 1953 y después se pasó a las novelas y a las mesas donde Mutis cenaba con buen vino junto a Luis Buñuel, Gabriel García Márquez y Octavio Paz. El raro marinero de sus libros usaba las chaquetas y los mocasines que el poeta tenía en sus escaparates, le ayudaba a compartir los horrores diarios que Miguel de Cervantes le enseñara a ver en los hombres de este tiempo y a celebrar el campo colombiano de su infancia, «ese rincón de la tierra caliente del que emana la substancia misma de mis sueños, mis nostalgias, mis temores y mis dichas».

Mutis fue un gran poeta que a veces usaba la prosa para escribir novelas o columnas periodísticas. Hasta la clave de su fervor por la desesperanza está en un solo verso: «Todo poema no es sino el testimonio de un incesante fracaso». No le gustaba ser un escritor del realismo mágico, pero lo era. Lo que digan después de hoy los críticos y los profesores sobre su obra se salvará de los filos de su palabra y, a lo mejor, conformará a un escritor más parecido al que Mutis quería ser.

Ahora que el tiempo no lo puede tocar, ni arañarlo con odio y paciencia, ojalá que Álvaro Mutis, un monárquico convencido, encuentre un reinado estable en el que se pueda escribir poesía y jugar al billar, que era la otra pasión de su vida. A su hijo Santiago le pidió una tarde que, cuando le llegara la muerte, lanzara sus cenizas al río Coello, allá en Tolima, en la hacienda de sus abuelos, el sitio con el que tuvo que inaugurar todos los exilios que arrastró en sus 90 años.

Estos versos son de Álvaro Mutis: Cada poema nace de un ciego centinela/ que grita al hondo hueco de la noche/ el santo y seña de su desventura./ Agua de sueño, fuente de ceniza,/ piedra porosa de los mataderos,/ madera en sombra de las siemprevivas,/ metal que dobla por los condenados/ aceite funeral de doble filo.

MIÉRCOLES

Viaje a la tierra del humo

Lo único que algunos escritores venezolanos le reprochaban al poeta Luis Pastori (La Victoria, Aragua, 1921- Caracas, 2013) era su entrega al incomprensible y traicionero dominio de la economía. Lo hacían porque querían que estuviera con ellos en sus bares y tertulias, en sus guerras verbales y sus controversias. Y porque necesitaban la lucidez, la capacidad de seducción, la lealtad a los amigos y, por encima de todo, el poder de los versos que dejó en su veintena de libros.

Eran puros celos. Aunque el hombre hizo una carrera de 37 años en el Banco Nacional de Venezuela, lo tuvieron siempre, y lo tendrá la literatura de América Latina con su obra renovadora que le devolvió la rima y la medida a la poesía. El poeta le puso un equilibrio elemental al desasosiego de las vanguardias y al olvido o el desprecio por las formas clásicas.

No hizo ese trabajo como una consigna para quedar bien con Góngora y Quevedo. Era su manera natural de escribir, de asumir la poesía y de cantarle a las cosas que quería. Publicó sus primeros poemas cuando era un adolescente. Algunos de sus libros más importantes son País de humo, Tallo sin muerte, Las canciones de Beatriz, Sonetos intemporales, Toros santos y flores, Aire de soledad y Hasta que me trajo el río.

La poesía de Pastori se ha traducido a 12 idiomas. Fue miembro de número de la Academia Venezolana de la Lengua. Para la ortodoxia poética se vio envuelto en otra pequeña deserción porque se desempeñó ministro de Cultura durante el Gobierno de Luis Herrera Campins, entre 1979 y 1984. Pero el poeta tenía sus noches y sus caminos y la habilidad para barajar los versos con la prosa de la burocracia.

Pablo Neruda y Andrés Eloy Blanco escribieron prólogos para sus libros. Hay una pieza más cercana y directa, un poema de Neruda que refleja el respeto y el afecto que sentía por el venezolano. Dice el chileno: Son los sencillamente/ Trofeos de Pastori, los de Luis,/ las vigas y bigotes/ del poeta, los umbrales, las rejas/ el pan y los caballos/ la colectividad de la hermosura./ Yo he traído/ la trompeta y el ronco/ clavicordio de Chile,/ yo quiero celebrar con olas llenas/ la casa victoriosa de Luis, la cacería/ del tranquilo relámpago.